Pienso en estas, algunas, palabras escritas en flúor. Y pienso en la necesidad de quemar unos pocos recuerdos, insistentemente, hasta las cenizas; pintarme con ellas en la frente, dibujar transformaciones, y hacer que la gente juegue a descifrarlas.
Alemanias oscuras como el cristal, Macedonias calladas, F-15 bailarines, peeps de carne bañada en pintura y sudor...
Recuerdos que de súbito se reencarnan en absurdos. Entonces dejan de ser míos, porque un absurdo no es de nadie; un absurdo es de cada uno.
En tiempos del zoco, se mediaba el autoconocimiento para asir el conocimiento, la esencia de realidad; actualmente, opino que pretendemos usar el conocimiento para llegar a conocernos. Y qué coño. Hemos pagado un peaje por entrar en la autopista corazón-razón, y a mí por lo menos, me encanta saltarme esa puta mediana de hormigón que separa los carriles.
Los adeptos a esos absurdos vemos en ellos la posibilidad de crear espejos de la ficción y espejismos de realidad. Porque lo necesitamos. Necesitamos retos insuperables, engañosos, imbatibles. La vida es uno más.
No dejan de impresionarme los constantes intentos de la persona por dar razón a sus absurdos.
El absurdo de cada uno.
sábado, 18 de junio de 2005
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