Perderse entre horas perdidas sienta bien después de noches tan cortas. Un día de manta y gafas, arroces, salsas de mostaza y queso frito, escuchando cabañas del turco y a ese grupo chispa sudafricano que meshé conoce.
Pensando en Serbia, sus grandes riquezas venidas a menos y su clima continental y no mediterráneo. En sus caras dolidas y pelo de trigo, ojos de bosque con sol en rocío. En los cuatro años de una soledad diferente sin solución, que no lograron que cuatro años de diferencia solucionaran la soledad de dos. Quizá por suerte. Quizá por tiempo.
Pensando en pensar, en vodka holandés y en condiciones (¿restricciones?) sexuales, en Valencias y Madrides, en Polonias, Portugales y Caribes, en diez días que ya son nueve, en dos películas de martes que quizá no lleguen nunca o quizá ya tenga que recordar.
En lo inmensamente bien que sienta disfrutar de esos momentos extraños antes del cambio. La estacionariedad. El miedo a volver a tener miedo, habiéndolo ya vencido, pero sabiendo una vez más como vencerlo.
En disfrutar del DEJARSE LLEVAR por esos instantes finales.
domingo, 12 de junio de 2005
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